En los últimos años, muchos de los emprendedores con los que he trabajado han experimentado su primera y gran salida. Me refiero a ese momento en que te cambia de vida gracias al dinero de tu cuenta bancaria, lo que a mí me gusta llamar “al carajo con el dinero”. Ahora ya puedes hacer lo que quieras el resto de tu vida.
Recientemente, paseaba con un amigo emprendedor que se estaba enfrentando a todo esto cuando nos encontramos con otro emprendedor a quien yo había respaldado y que consiguió una salida de éxito hace un tiempo y ahora se debatía cara a cara con la gran pregunta:“¿y ahora qué?.” Charlamos un rato y luego se subió a su bicicleta y continuó su paseo.
Ese día, recibí un magnífico mensaje en mi bandeja de entrada de mi exitoso amigo, el de la bicicleta.
Estaba pensando en el “¿Y ahora qué?” de nuestra conversación. Estoy seguro que tú habrás experimentado de todo y en todos sitios, pero según mi experiencia, que es más limitada, para algunas personas esa cuestión resulta más difícil que la primera que surgió, (es decir, ¿debería emprender un negocio o no?).
Tengo la impresión de que, por desgracia, un porcentaje bastante razonable de personas se dedican a perseguir sus metas sin cesar en busca de su próxima gran victoria, pero no consiguen alcanzarla nunca porque no tienen ni idea de lo que están buscando. Su vida se convierte en una espiral hacia adentro a medida que se vuelven más inseguros de sí mismos, más frustrados, más infelices.
Creo que ese estado de incertidumbre y duda de sí mismos provoca en algunas personas más depresiones, divorcios y adicciones que el hecho en sí de poner en marcha y administrar una empresa. Sobre todo si nunca antes han experimentado el fracaso. Ahora fracasan una y otra vez y no pueden entenderlo.
Creo que esto se debe principalmente a que no logran encontrar de nuevo esa emoción intensa, o la buscan en lugares equivocados. Hay un millón de cosas que se pueden hacer en el mundo, pero pasan la mayor parte de su tiempo en busca de la próxima gran empresa de tecnología para vender mejores dispositivos pero que no suponga necesariamente un cambio significativo en su vida.
En verdad, se les presenta una gran oportunidad, ya que se sienten libres para hacer algo que realmente les entusiasme. Si te gusta la tutoría, puedes ser un mentor, si te gusta el tema del medioambiente, puedes ayudar a respetarlo. Si te gustan los niños, puedes enseñarles. Si amas a tu familia, puedes compartir con ellos. Devolver a los demás lo que has conseguido en tu camino hacia el éxito, y entregárselo de forma plena a todo aquel que creas que lo merece.
Para mí, esa es la verdadera gran victoria
Absolutamente brillante. Y tan simple.
Mi primera salida fue a los 28 años, cuando vendí mi primera empresa (Feld Technologies). Después de vender todas las acciones que había recibido, hice entre $ 1 y $ 2 millones de dólares fuera de impuestos. Cuando mi esposa Amy y yo hablamos del “¿y ahora qué?” (al dejar de trabajar para la empresa que había comprado la mía), una de las opciones a considerar fue la de retirarme y mudarnos a Homer, Alaska.
Ganaba un montón de dinero como asesor, y aunque la mayor parte de lo que había recaudado con la venta lo invertía en nuevas empresas como inversor privado, la idea de vivir en Homer nos resultó atractiva. Pensamos que podríamos vivir holgadamente para el resto de nuestra vida con los ingresos de asesoría y con lo que había logrado ahorrar, incluso aunque ninguna de las inversiones privadas que estaba llevando a cabo llegaran a ser rentables.
Cuando adquirieron otra de las empresas unos meses más tarde y ganamos otro millón de dólares fuera de impuestos, nos dimos cuenta de que podríamos vivir en Homer sin preocupaciones con 40.000 dólares al año, que nos daría para unos 25 años aún sin tener ningún otro ingreso.
Estábamos inmersos en la idea de “simplemente debemos abandonarlo todo e irnos a vivir una vida diferente”. Pero con casi 30 años, yo no me sentía realizado, y en cierto sentido, sentí que aquel era el comienzo de una nueva experiencia (que resultó ser cierta). Así que hicimos las maletas, nos trasladamos de Boston a Boulder, y decidimos empezar una nueva vida en Colorado mientras yo seguía invirtiendo. Todo eso ocurrió en 1995, y mi trayectoria desde entonces ha sido intensa y dramática.
En 1999, me vi obligado a reflexionar de nuevo sobre “¿y ahora qué?” después de numerosas inversiones privadas que me reportaron más dinero del que jamás pensé que tendría; y más tarde, otra vez cuando en 2002 todo se vino abajo de forma masiva por el colapso de la burbuja de internet y llegué a perder más dinero del que me hubiera gustado acumular en toda mi vida.
He compartido con Amy la tesitura del “¿y ahora qué?” en bastantes ocasiones, entre ellas en 2004, cuando me lo jugué a doble o nada en Mobius Venture Capital (en lugar de hacer las maletas y poner punto final), y en 2006, cuando decidimos empezar TechStars y Foundry Group, y de nuevo en 2013 después de pasar seis meses super deprimido.
Y ahora, cada día trato de amoldar mi vida en la forma en que describe mi amigo en su último párrafo:
En verdad, se les presenta una gran oportunidad, ya que se sienten libres para hacer algo que realmente les entusiasme. Si te gusta la tutoría, puedes ser un mentor, si te gusta el tema del medioambiente, puedes ayudar a respetarlo. Si te gustan los niños, puedes enseñarles. Si amas a tu familia, compartir con ellos. Devolver a los demás lo que has conseguido en tu camino hacia el éxito, y entregárselo de forma plena a todo aquel que creas que lo merece.
Fuente: Elperiodicodelemprendedor