Se ha hablado de los emprendedores hasta la saciedad. Hasta tal punto de llegar a ser contraproducente.
Ahora las palabras emprender y emprendedor han llegado a convertirse enpalabras denostadas, conceptos vilipendiados por culpa de quienes no sabían a qué agarrarse para tranquilizar a la sociedad mientras veíamos como se destruían miles de puestos de empleo a diario.
Lo mismo ha ocurrido con la palabra empresario: nadie quiere ni oír hablar de ellos, y mucho menos algunos emprendedores. Sin embargo todos los emprendedores, sin excepción, somos empresarios (esto no ocurre al revés). A menos que pretendas que tu idea no llegue a buen puerto, porque -no nos engañemos- cuando creas una empresa lo que quieres es ganar dinero, entre otras cosas. Y ese debería ser un buen motivo, aunque no sea el único, para librarte de tus miedos y crear tu propia empresa.
En el peor de los momentos a alguien se le encendió la bombilla y maldito sea el minuto en que ocurrió. De repente no había discurso en el que no saliera la palabra emprendedor, emprender o cualquiera de sus variantes.
Parecía que íbamos a salvar el mundo, cuando -en realidad- bastante tenemos con salvarnos a nosotros mismos, de momento.
Ahora mucha gente se pregunta ¿Dónde están esos emprendedores que iban a reactivar la economía y generar miles de puestos de trabajo? La respuesta es sencilla. Tratando de sobrevivir. A duras penas.
Fuimos los elegidos pero ¿elegidos para qué? ¿Para ser el adalid de la economía y la marca España? No lo creo. Y si alguna vez hubo un incauto que lo pensó ahora debe estar dejándose comer los dedos por las carpas del lago del Parque del Retiro.
Y sin embargo aquí seguimos, tirando, fatal de lo nuestro, tratando de aferrarnos a una Ley del Emprendedor que -si bien es mejor que lo que había- no es una solución al problema, o mejor dicho a los problemas.
Y lo cierto es que han sido pocos, muy pocos, quienes de verdad han apostado por fomentar el emprendimiento y ayudar a los emprendedores, que somos los que nos dejamos lo cuernos tratando de sacar adelante nuestro negocio.
Pero lo peor de todo es que en ocasiones, las ayudas no sólo no llegan desde las autoridades competentes, sino que ni siquiera llegan desde tu propio entorno; familia y amigos, quienes prefieren que te busques un trabajo “de verdad”. Como si esto fuese de mentira, con billetes del Monopoli.
Afortunadamente, también existe quien te apoya incondicionalmente, quien cree en tu talento y tu fuerza para sacar adelante cualquier proyecto que te propones. Y no veas como se agradece.
Pero no toda la culpa es de los políticos y de la familia o el grupo de amigos, para ser honestos.
Vivimos en una sociedad donde la cultura de emprender brilla por su ausencia, donde el “hijo, ¿por qué no te sacas una plaza?” es lo que prima, donde en los centros de enseñanza la palabra emprender es tabú y donde no se premia (y mucho menos se fomenta) la creatividad, aunque desde los cuatro años demuestres un talento innato para el dibujo (o lo que sea): “déjate de hacer dibujitos y hazte notario, ya me lo agradecerás”. A algunos os sonará esto que os digo.
Sin este tipo de educación es imposible superar el miedo a trabajar por tu cuenta, a no seguir a la manada y crearte tu propio camino, diferente al del resto. Sin la educación necesaria es imposible superar el miedo al fracaso, porque ésta es también una palabra tabú, sobre todo cuando uno de tus principales enemigos eres tú mismo.
Los emprendedores nos dejamos el espinazo haciendo lo que nos gusta, trabajando duro sin saber que va a ser de nosotros, no ya en un futuro próximo, sino pasado mañana. Peleando sin otros recursos más que nuestra pasión, esfuerzo e intelecto. Trabajando las ideas con poco (o nada) dinero –al menos la mayoría- pero con mucho corazón y tesón.
Los emprendedores no somos Superman y necesitamos ayuda, como todo el mundo. No tenemos superpoderes para generar empleo en una sociedad con el consumo desactivado por la falta de recursos económicos. Somos tan víctimas como los demás.
Pero no quiero que quede un mensaje negativo con esta reflexión, no pretendo dejar un sabor amargo en el fondo del paladar porque hay motivos para ser optimistas (sí, no me mires así que yo también me he asustado).
Lo bueno -maravilloso diría yo- de crear tu propio negocio es que eres tu propio jefe y te marcas tus propios objetivos y la forma en la que quieres trabajar: ¡Qué más se puede pedir! Y, encima, no te pueden despedir ¡Ja!
Tienes la oportunidad de disfrutar trabajando: que levanten la mano aquellos que ahora mismo disfrutan de su trabajo…¿Ya?
No paras de aprender lo que quieres y cómo quieres: ¡se acabó asistir a esos aburridísimos cursos de formación a los que te envían (sin compasión) tus jefes!
Desarrollar tus propias ideas constituye un proceso de crecimiento vital que no puedes experimentar cuando trabajas las ideas de otro: a medida que tu proyecto madura, tú lo haces también. Y eso no tiene precio.
Por eso, por todo lo que cuesta, me gustaría que las palabras emprender y emprendedor dejen de estar en la lista negra y que tú, si tú, que estás ahí, indeciso, con todas esas buenas ideas cocinándose en tu cerebro, dejes que fluyan y des el salto, porque, si bien no somos superhéroes, sí que puedo decirte que ¡No estás sólo¡
Fuente: Misedades